martes, 13 de marzo de 2012

Una vez en primavera


¿ Quién es, amigo, la que te espera cuando llegás a tu casa cansado de jugar al adulto?

Es mediodía, el subte con retrasos y el calor se cuela por todas partes. Las paredes chorrean, la gente se irrita por nada( o por tanto que o es inventado o los excede). Yo recuerdo que pronto solo será frío. Y un calor casi de mentira y frío de nuevo, largo, larguísimo. Pero un frío de esos que lastiman y congelan las narices y las almas. Allá, lejos, a donde me dirijo, se piensa distinto. Se siente distinto. Hay sentires que no alcanzan la conciencia ni la piel, se congelan. Allá hay muchos que se pierden lo mejor de la vida. Pero yo me callo. Abro el libro pero pienso en nuestro último encuentro, en todo lo que quiero decirte y para lo que no se inventaron palabras. En eso que percibí antes de conocerte, una tarde en nuestra escuela. Me miraste y algo dentro de mí te eligió. ¿ No será que nos reconocíamos, que bajo otro cielo ya nos habíamos amado? Y vuelve a mí el olor de la primavera en tu piel esa primera noche, a escondidas. ¿ Te acordarás, me acordaré, cuando los años me vayan cansando?¿ nos acordaremos de ese momento que eternizamos?¿ en qué parte del infinito se guarda esa magia de dos cuerpos amándose? Hay tanto que no sé y otro tanto que no importa. Yo te quiero, me importás y me estoy yendo. Es que no podemos, ya lo dijimos. ¿ Qué nos detuvo? ¿ qué hicimos mal? Pero si se siente tan bien mirar dentro tuyo, mirarte a los ojos y ver tus historias. Y cuando me abrazás, me atraés tan cerca de tu cuerpo que creo que ya no somos solo dos, somos más, somos mucho. Y tanto. Tanto que no voy a saber gritarle al mundo, que no voy a poder decirte. Las horas son insaciables, nos van tragando, y me dejan ahí, parada, sola, sin encontrar la forma de hacernos posible. Ah, el calor, y mi estación. Tengo que bajarme, voy a trabajar a tu lado, voy a observar cada uno de tus movimientos y quizá algún día entienda. Aunque ya no sé si importa eso, importamos nosotros, que nos estamos yendo. O yo me voy. Nunca te dije mucho de lo que sigo sin saber. ¿ Es que no me lo quiero decir?¿ es que habría una posibilidad si me quedara? La fecha está decidida, ¿ nos consolarán algún día los recuerdos? Nos sonreímos y nadie nota cómo nos estamos amando y contando secretos mientras ellos siguen con su rutina. ¿ Cuántas veces miré la hora esperando las seis? Gasté el reloj de tanto insistirle para que se apurara...y en pocos días daré lo que no tengo para que vuelva atrás, para que no nos separe con tanto mar de por medio. Salimos y ya puedo oler tu perfume, mucho antes de tocarte. Miramos para abajo y nuestros pies saben el camino. Lejos de los que nos conocen, de los ruidos, del mundo. Reímos felices cuando al fin podemos sentirnos, abrazarnos, saber que por unos minutos no hay nada más. Nos sentamos bajo el sol de primavera. Otra vez la primavera, esa será nuestra estación, el lugar cálido que anhelaremos en el recuerdo. ¿ Algún día seremos más que primavera, seremos lo diario, lo posible? Comemos helado de vainilla y nos acariciamos, deseamos grabar en nuestra piel la piel del otro. Nuestras manos son mariposas aunque sepamos que pronto no tendremos primavera. O que si vienen serán distintas, y quizá no tengamos ese reloj al que rogarle que de las seis, la espera, los olores de las últimas primaveras. Tengo tantas preguntas, querido amigo, y no encuentro consuelo que dure acá perdida en tanta ausencia.

lunes, 15 de marzo de 2010

Llorar en el hielo

No te aviso, voy. El frío devora el mundo y mis fuerzas. Helada, traspasada de dolor, pienso que hoy terminan mis días.
No entiendo bien de miradas azules, de un país con historia tan larga de barcos, reyes y castillos, pero sería lindo que mi cuerpo se fuera desvaneciendo bajo una lluvia calma que no cesa.
Todo lo que conozco, que es tan mío y tan ajeno, está lejos, en la otra punta del planeta. Pero me siento como una masa de gelatina que toma la forma del molde que la contiene. Me deslizo sobre las cosas, las cosas se deslizan sobre mí en este exilio que no es más que una variante del otro.
La fuerza con la que extranio y no extranio en absoluto me sume en una niebla que me impide entenderme. Soy tanto y nada que temo explotar en cualquier momento. Debe ser el maldito frío que sabe colarse por cualquier rendija. Y el colectivo que no llega.
Nadie mira a nadie por más de uno o dos segundos seguidos, se hace imposible la comunicación no verbal de una mirada, eso inmenso que hace sentirnos pertenecer a una misma raza, minúscula e incomprensible.
Por fin llega el 601, subo y mis músculos tiemblan de felicidad ante ese calor artificial. De veras pensé que moriría sin verte la cara, sin saber si estabas arrepentido del dolor que me habías causado el día anterior.
Cuando te vi tan, no sé, impávido, tibio, quise matarte, ahogarte con mis manos y el peso de mi tristeza. Quise desvestirte con furia, violarte. Quería escucharte pedir socorro, pedírmelo a mí, único ser viviente en miles de kilómetros. Quería escucharte gritar mi nombre. Esto es algo demasiado extremo para vos, no? Te aterra.
Entre inseguro y avergonzado por tu falta solo atinaste a mirarme y decir: creo que tenés frío, tus labios están azules. Me desarmé. Te abracé. Te odio por desearte así, porque no merecés esta pasión que me rebalsa y choca contra tu muro. Sos hermoso, te dije. Y te detesto, pensé, y quiero que llores por exceso de placer, como me hiciste llorar una noche, no sé cuál, hace poco, sobre tu acolchado rojo, iluminados por una vela. Todos los pensamientos, esos verdugos que me acosan sin pausa, cayeron muertos ante la fuerza de tu embestida. Me llenaste de vos y yo, anegada en mi propia inundación no pude contener el llanto. Un llanto silencioso, pleno de satisfacción, del deseo de eternizar ese instante. Creo que no me hubiera importado no ver otro amanecer con tal de tenerte dentro de mí por el resto de mi vida.
Pusiste música o no. Comimos algo o no. Vimos una película aunque no estoy segura. Yo no escuchaba, el té se enfrió y mis ojos lo único que sabían hacer era abarcarte, lo demás era humo o mucho menos que eso.
La habitación fue llenándose de sombras y vos te disculpabas a cada rato por quedarte dormido. Yo te había hecho un nido cálido con mi cuerpo y tus párpados se cerraban sin remedio. Te cobijaba mi olor, mi dulzura, mi odio( cómo podías dormir y no desearme cada segundo?).
Debí haber escapado cuando te sentí tan lejano. Flotaba a la deriva en tu abrazo inerte, pero no pude. Las lágrimas me acariciaban la cara, se helaban antes de tocarte y vos con tu sonrisa plácida dormías.

sábado, 10 de octubre de 2009

La noche tiene otras promesas





Mira fascinada el reflejo sobre el vidrio de su ventana. Suena el violín en la casa de al lado, la casa de la viuda de los movimientos gráciles y la mirada perdida.
La luz del farol de calle temblequea. En las paredes de su habitación bailan las sombras. No teme. Levanta los brazos en éxtasis de sonámbula y acompaña en la danza muda. El vestido de seda negra se enreda entre sus piernas desnudas. Cae riendo en su cama breve.
Suena el golpe de las once y cuarenta y cinco. Es él. Le dijo que vendría, pero que la promesa era palabra sagrada y no quería más decepciones. Aunque ella, ella jamás lo había decepcionado.
Se repite el golpe, seco, demandante. Ella quiere volverse fantasma, corre a esconderse detrás de la puerta. El aire se escurre de su pecho. Intenta gritar como antes había intentado odiarlo, así, de la misma forma, en vano.
Sé valiente, un pie después el otro, postergar el deseo. Un fugaz saludo en el espejo y el pensamiento recurrente, por qué contestar, para qué viene si no me deja cruzar la barrera autoimpuesta. Por qué la impostura, negra mentira, si son los últimos días. Siempre es el último día en esta finitud de horizonte cercano.
No la dejes, nadie te pide que la dejes. ¿Yo te pedí un futuro, una relación? ¿Importan los treinta años que pasaste arrancando hojas de los calendarios antes de que yo llegara al mundo? Tonto.
-Es ahora o es nunca, abrí.
Ella abre. Lo mira, dócil, entregada a una corriente que la arrastra a la perdición anhelada.
-Ahora es nunca, shh. Nadie sabe lo que nunca pasa.

La habitación abandonada


Detrás de las dos puertas que dan a la misma habitación ya no hay nada. Hay tan poco que es nada. Arrasaron con camas, cuadros, reloj, armarios, todo lo que dota a una habitación de su calidad de dormitorio. Fue la dueña, ¿quién puede culparla?
Detrás de las azules cortinas, la aspereza de las paredes desnudas invita a la huída. Los blancos se vuelven grises, ahuyenta la ausencia de vida.
En un rincón un cochecito viejo y destartalado; el bebé está lejos. En el centro dos bolsas llenas de desperdicios, de lo accesorio que ni para ocupar espacio servía. Lo dejó. Nadie se lleva lo no querido. Lo no querido queda solo, vacía de sentido el lugar que habita. Despreciable. Lo despreciable queda, y porque lacera con su monumental estorbo y nos recuerda el sentido de lo insignificante, lo evadimos.
Ella no quiso toparse con más reflejos, corrió en pos de lo real y ahora llora.
Se fue y se llevó lo bueno, lo bello, lo que la gente se lleva en general.
De noche, si aguzamos el oído, podemos escuchar el sollozo de la habitación casi vacía. Ella llora.

Tres caras


Tres caras olvidadas en un afiche anónimo. Rostros con facciones bien definidas. Borroso. El mundo alrededor borroso.
Un viejo, un negro, un niño. Solos y ni siquiera juntos. Juntos en un cartel de tres fotos separadas. Separados de sus seres queridos, de lo conocido. Arrancados, extraídos de la vida cotidiana, del sol grisáceo de la ciudad, de los ruidos. Atados en algún pozo inaccesible, obligados a servir a seres sin rostro, golpeados, abusados, carentes de dignidad humana.
¿Habrá quién los reclame? Un día salieron de casa, rumbo a la plaza, el trabajo, la escuela. Nadie volvió a verlos, ¿alguien pregunta? Les vendaron los ojos, les dieron una dosis mayor de oscuridad, les cortaron la lengua, la comieron y rieron. Verdugos. Asesinos de lo venerable, lo diferente, la inocencia.
Tres sacos marrones los esperan para el descanso final. Si gritan no hay quien escuche. Pero no gritan, no tienen lengua ni voz. Seres prescindibles, golpeados sin culpa. Olvidados. Si al menos el cielo supiera llorar.

jueves, 5 de marzo de 2009

Como un náufrago




-¿Vamos a contar las estrellas?
Por fin alguien que se anima a hacerme una propuesta sensata en este mundo de insensateces horarias y cambios de máscara.
Me ofrece su mano y me aferro a ella como el náufrago a la idea milagrosa de una sequía.
Y si dedico mis días de sol a contar estrellas, tal vez las nubes no se atrevan a interrumpirme. Quizás, así, la vida cobraría el sentido que pago con creces y caería rendida a mis brazos.

Me sacudís las pelusas de los ojos y nos dedicamos a tirar flores secas por el balcón. Yo tiro un poema cuando entre los paseantes aparece uno con estrellas en la mirada. Las sumo a la lista y canto mi canción, que es distinta y la misma siempre.
No puedo parar de tirar rosas y claveles, los chicos forman una ronda y se ríen de los ciegos que no ven los colores y petrificaron sus lágrimas.
Les tiramos chocolates hasta que los brazos se me cansan. Entonces necesito una mano. Estiro mi brazo, estás en el balcón, pero no te alcanzo.
Las risas se vuelven estruendosas y una roca negra se posa en mi pecho.
Te alejás y dejás sólo esa mano resbalosa que se asemeja demasiado al deseo patético del náufrago.

miércoles, 25 de febrero de 2009

Uno y los otros


No, señores, ustedes no entienden, la maté realmente. Ella me daba la espalda desde el diván. Yo empecé a caminar inquieto por la habitación, sabiendo que tendría que hacerlo, posponiendo el minuto único en que jugaría a ser la muerte carnal de esa mujer joven y hermosa. No profanaré su nombre pronunciándolo frente a ustedes, no insistan. No soy un asesino, créanme, ella ya estaba muerta cuando le disparé. ¿ Que cómo lo sé? No hubo rincón de su mísera alma que yo no conociera mejor que su mismísimo creador. Desnudó ante mí sus secretos más conmovedores y escalofriantes, los más íntimos. Y tuve que oírlos sin chistar, ¡ me pagaba por eso! Se apiadarían de mí si hubieran tenido que sufrir lo que yo cada noche al acostarme. Los tímpanos me ardían como infiernos en miniatura, y hasta los vecinos dejaron de saludarme por creerme loco. Mis gritos y llanto incontrolables seguro, pero ¿ qué hacer, cómo tolerar lo que ni la peor de las pesadillas nos revela? Veía su rostro reflejado en cada vidrio, cada espejo, cada gota de agua que me obligaba a beber. Es que al poco tiempo de conocerla mi garganta se cerró casi por completo, apenas si lograba hablar o respirar, y esto no siempre. Era como si una mano de hierro estuviese vengando en mí al manco de su dueño. Disculpen si deliro, pero ya nada es cierto ni adecuado. Si su mente hubiera estado en contacto, rozado siquiera, las ideas de ese ser endemoniado que envenenó del dolor de la conciencia mi corazón y mis sentidos, no reirían con esas carcajadas huecas, sino que llorarían a mi lado, intentarían consolarme. Aunque sea en vano. Porque lo es. Nada importa y todo se me reveló. Tuve que acabar con ella, no me excuso, y desde entonces olvidé el sabor de las lágrimas y de la risa. ¡Dejen de observarme! Odio sus miradas incrédulas. ¿ Qué pruebas necesitan cuando un hombre por fin es honesto con ustedes? Me dan lástima, me recuerdan demasiado al que fui, desconfiado hasta el excepticismo ortodoxo, superfluo en mi maldito temor a habitar profundidades.
Noto que van perdiendo interés en mi historia, que les resulto patético. Sus ojos vacíos están lujuriosos de concreciones. Ay, ay. Aquí la tienen, esta es el arma con la que le destrocé el cráneo a la que, aún inerte, era más bella que el amanecer de una rosa en invierno. Esta, señores míos, es la misma arma que ahora me llevará a sus brazos.