sábado, 10 de octubre de 2009

La habitación abandonada


Detrás de las dos puertas que dan a la misma habitación ya no hay nada. Hay tan poco que es nada. Arrasaron con camas, cuadros, reloj, armarios, todo lo que dota a una habitación de su calidad de dormitorio. Fue la dueña, ¿quién puede culparla?
Detrás de las azules cortinas, la aspereza de las paredes desnudas invita a la huída. Los blancos se vuelven grises, ahuyenta la ausencia de vida.
En un rincón un cochecito viejo y destartalado; el bebé está lejos. En el centro dos bolsas llenas de desperdicios, de lo accesorio que ni para ocupar espacio servía. Lo dejó. Nadie se lleva lo no querido. Lo no querido queda solo, vacía de sentido el lugar que habita. Despreciable. Lo despreciable queda, y porque lacera con su monumental estorbo y nos recuerda el sentido de lo insignificante, lo evadimos.
Ella no quiso toparse con más reflejos, corrió en pos de lo real y ahora llora.
Se fue y se llevó lo bueno, lo bello, lo que la gente se lleva en general.
De noche, si aguzamos el oído, podemos escuchar el sollozo de la habitación casi vacía. Ella llora.

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