sábado, 21 de febrero de 2009

El castigo


Le apagué la tele para que pudiera dormir en serio. Sé que fingía para no tener que mirarme a los ojos. Los ruidos nunca dejan de enturbiar los sueños, yo creo que influyen mucho en lo que somos. Acá en la ciudad pedir silencio es como pedirle al desierto que se inunde en primavera. Creo que en primavera llueve menos, aunque es ilógico ya que es cuando los brotes nacen y se llena todo de colores. Excepto adentro. Adentro de todos y de todo no hay más que oscuridades. Unas menos profundas que otras.
Le tiemblan los párpados. Si no estuviera enojada me reiría. Es gracioso, parece que tuviera maripositas color piel en vez de ojos, y que estuvieran demasiado inquietas y no supieran dejar de volar. En realidad es patético que me enoje con ella cuando es culpa mía. Detesto la mera noción de la culpa, la palabra misma. Es como un insulto a la capacidad humana de pensar. Tenemos culpa cuando hacemos algo que no debiéramos, pero tenemos cerebro y sería interesante usarlo para contener los impulsos nocivos. Nocivo, ni hablar de lo subjetivo de esto. Aparte la palabra culpa me recuerda a mis ancestros italianos, que siempre exageran y gritan, odiosos hábitos primitivos. Y me recuerda mucho a la religión. Hace años me divorcié de la religión, de cualquier doctrina que me imponga lo que está bien, lo que tengo que hacer,¿ quién lo decide eso, un títere de hojalata que ni siquiera puede tener sexo ni sublima a través del arte?. Triste. No me gustan las cruces de metal, ya pesan bastante las otras. Triste que haya quien prefiera que lo manden y encima pague y despilfarre su tiempo en eso. Pero sobre gustos hay demasiado escrito y hay tanto masoquista dando vuelta que no ahondaré en el tema.
Decía que caí en las redes del impulso y ahora la miro sin culpa. Bah, no decía eso pero insinuaba algo por el estilo y perdí el hilo, así que ahora digo esto cuando podría decir que me pica la mano pero si me rasco voy a reírme y no es lo recomendable. Curioso como una puede decir lo que quiere en su mente mientras nuestra amada agoniza. Entonces, ella se acuesta sobre un colchón barato, se arropa con sábanas invisibles ( hace calor, pero ya quisiera poder envolverse para que otra capa nos separe) y finge que duerme, pero yo no le creo. Casi ni le creo que siga acá, tan cerca de mí cuando parece y fue ayer que se me escurrió de los brazos para subirse a un avión rumbo a un país infame que solo conozco de nombre, pero que bien podría ser un invento de unos cuantos para alejarse de sus amantes en pos de esas tierras imaginarias. Y de libertad.
Voy a ir a comprar las flores. Rosas y jazmines. Unas por el olor y las otras por mil razones.
Afuera suena una guitarra. Casi diría que me gusta esa música, pero no, preferiría el silencio, que no creo que exista.
Voy a sentarme un segundo o dos en el rincón a mirarla, a estudiarla de memoria, cada poro. Voy a cerrar mis ojos mariposa y a rezar en mi idioma para que me perdone. Me está doliendo un poco el alma y crece la noche, temo perderla.
Ojalá cuando vuelva la encuentre.

1 comentario:

  1. Bravo Cecilia. Acabo de conocerte, vengo de entrar en tu blog y tu "El castigo", entre otras de tus textospalabras, me resultó sencillamente bravísimo. Conciso, preciso, contundente, bello.
    Te saludo desde mis "gitanos en la almohada.blospot.com" o jaque mate en la comarca de escribirte.
    Graciela, abrazo.

    ResponderEliminar