viernes, 20 de febrero de 2009

La pequeña poeta



La niña que escribe poemas en su balcón, a la luz de la luna, se alegra cuando ve pasar un féretro por entre el tráfico nocturno. Si su mamá la viera sonreír, de seguro la retaría: ¡ qué falta de respeto para con los muertos! ; entonces la niña pondría cara de circunstancias( triste y compungida en esta en particular) o, si las estrellas le guiñaran los ojos, le contestaría su verdad: "mami, no entendés, esas son cápsulas especiales, que transportan a los que se van de esta vida que conocemos, a otra mucho más preciosa; se van a un lugar donde siempre sale el sol, donde no hace frío, la gente canta y baila, y nadie tiene hambre ni sed. No te apenes". Así la trataría de consolar, liberándola, por un instante, de su ceguera cotidiana.
Lo que a la pequeña poeta le molesta son los otros ataúdes, esos casi minúsculos donde descansan los instrumentos musicales. ¿ Qué hace la música durmiendo cuando tanto se la necesita? Entonces intenta tocar el violín o la flauta que su cariñoso padre le regaló, pero nada maravilloso sale. Escribe, pues, otro poema.
La maestra le dijo que no, no puede existir lo que ella escribió en su redacción de transformaciones naturales. Ni un conejo tiene forma de nube visto a través del sol de medianoche( que, por cierto, es un invento de las guías turísticas nórdicas en las que no debe creer), ni las nubes, cuando oscurece, se convierten en barcos de cien velas gobernados por sirenas. Y mucho menos( el tono de la maestra va perdiendo los últimos vestigios de paciencia) le va a hacer creer que una flor, mirada de cerca, puede contener uno de los secretos más conmovedores de la existencia. Mal, cero, mentiras y ni hablar de que esa redacción embaucadora( y perturbadora) no responde a la consigna, y lo que la maestra dice es lo que las grandes autoridades están transmitiendo a esos seres pequeños e ignorantes que, aún, no están formados. La mirada de la poeta está cargada de lástima y humildad. Hay algo que no entiende, muchas de las palabras no logran hacerse paso a través de sus oídos, se diluyen en el aire, como si un escudo invisible intentara defenderla del dolor de la incomprensión.
Una melodía la distrae y aleja. Se levanta como un autómata, pero consciente, sin hacer caso a las quejas de la maestra que ya no sabe como encauzar a esta oveja descarriada. Invita a sus compañeros a seguirla. Hay temor en sus miradas, les dará tiempo. Sería lindo hacerlo juntos, la rebelión silenciosa, pero no los necesita. Afuera sabe que la esperan, no sabe quién, pero no está sola. Revisa su bolso, está todo, el libro, la flor y el minúsculo ataúd.

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