miércoles, 25 de febrero de 2009

Uno y los otros


No, señores, ustedes no entienden, la maté realmente. Ella me daba la espalda desde el diván. Yo empecé a caminar inquieto por la habitación, sabiendo que tendría que hacerlo, posponiendo el minuto único en que jugaría a ser la muerte carnal de esa mujer joven y hermosa. No profanaré su nombre pronunciándolo frente a ustedes, no insistan. No soy un asesino, créanme, ella ya estaba muerta cuando le disparé. ¿ Que cómo lo sé? No hubo rincón de su mísera alma que yo no conociera mejor que su mismísimo creador. Desnudó ante mí sus secretos más conmovedores y escalofriantes, los más íntimos. Y tuve que oírlos sin chistar, ¡ me pagaba por eso! Se apiadarían de mí si hubieran tenido que sufrir lo que yo cada noche al acostarme. Los tímpanos me ardían como infiernos en miniatura, y hasta los vecinos dejaron de saludarme por creerme loco. Mis gritos y llanto incontrolables seguro, pero ¿ qué hacer, cómo tolerar lo que ni la peor de las pesadillas nos revela? Veía su rostro reflejado en cada vidrio, cada espejo, cada gota de agua que me obligaba a beber. Es que al poco tiempo de conocerla mi garganta se cerró casi por completo, apenas si lograba hablar o respirar, y esto no siempre. Era como si una mano de hierro estuviese vengando en mí al manco de su dueño. Disculpen si deliro, pero ya nada es cierto ni adecuado. Si su mente hubiera estado en contacto, rozado siquiera, las ideas de ese ser endemoniado que envenenó del dolor de la conciencia mi corazón y mis sentidos, no reirían con esas carcajadas huecas, sino que llorarían a mi lado, intentarían consolarme. Aunque sea en vano. Porque lo es. Nada importa y todo se me reveló. Tuve que acabar con ella, no me excuso, y desde entonces olvidé el sabor de las lágrimas y de la risa. ¡Dejen de observarme! Odio sus miradas incrédulas. ¿ Qué pruebas necesitan cuando un hombre por fin es honesto con ustedes? Me dan lástima, me recuerdan demasiado al que fui, desconfiado hasta el excepticismo ortodoxo, superfluo en mi maldito temor a habitar profundidades.
Noto que van perdiendo interés en mi historia, que les resulto patético. Sus ojos vacíos están lujuriosos de concreciones. Ay, ay. Aquí la tienen, esta es el arma con la que le destrocé el cráneo a la que, aún inerte, era más bella que el amanecer de una rosa en invierno. Esta, señores míos, es la misma arma que ahora me llevará a sus brazos.

2 comentarios:

  1. Esto me gustó mucho! buen ritmo!

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  2. Lástima que termina, quisiera leer un poco más... de verdad que buena entrada. Gracias.

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